¿Haces equipo o haces política?

Hay líderes que parecen estar en todas partes: en juntas clave, en conversaciones con altos mandos, en espacios donde se toma visibilidad. Siempre atentos, siempre opinando, siempre presentes… al menos para los de arriba.

Pero cuando miras hacia abajo, algo falla. Su equipo no se siente respaldado. Las decisiones se toman sin consultar. Los temas importantes se escalan sin contexto. Y aunque el discurso sea de colaboración, la práctica deja claro que su lealtad no está con quienes hacen el trabajo, sino con quienes pueden impulsarlos.

Esta es la diferencia entre hacer equipo y hacer política. Y aunque ambos pueden parecer líderes a simple vista, los resultados —y las consecuencias— los terminan separando.

Relacionarse no es lo mismo que liderar

En toda organización existen personas con gran habilidad para moverse en el terreno político. Saben a quién saludar, en qué reunión opinar, cuándo mostrarse atentos. Son hábiles para mantener buena cara ante los superiores, incluso cuando las cosas con su equipo no van bien.

¿El problema? Que muchas veces su liderazgo se queda en eso: en una buena impresión. Porque en lo cotidiano:

  • No conocen los procesos que gestionan.
  • No están al tanto del estatus de temas críticos.
  • Preguntan o intervienen en juntas sin aportar nada sustancial.
  • Reenvían correos pidiendo “seguimiento urgente” sin haber tocado base antes.

No se involucran realmente, pero simulan interés. Y esa simulación confunde, sobre todo a quienes no están cerca de la operación.

Cuando la política pesa más que el desempeño

Lo más peligroso es que muchas veces son estos líderes quienes acceden a nuevas oportunidades. Su capacidad para ganar visibilidad y posicionarse en la mente de los altos mandos les abre puertas… aunque no siempre lo merezcan.

Ya hablé de esto en La trampa de los buenos vendedores: hay personas que dominan el arte de parecer competentes, sin necesariamente serlo. Y si eso es lo que se premia, lo que se reproduce es una cultura donde el trabajo profundo pierde valor frente a la autopromoción.

Desde fuera, parece que todo va bien. Pero dentro de los equipos, el mensaje es claro: el mérito no importa, solo importa hacer relaciones. Y eso mina el compromiso, la confianza y el deseo de dar lo mejor.

El verdadero liderazgo no busca brillar: hace brillar al equipo

Por suerte, también hay otro tipo de líderes. Los que no están obsesionados con ser vistos, sino con hacer bien su trabajo. Los que se ocupan de que su equipo tenga claridad, apoyo y reconocimiento. Los que:

  • Se involucran en los procesos, no solo en los resultados.
  • Conectan antes de exigir.
  • Defienden al equipo cuando es necesario.
  • Dan crédito a quien lo merece.

Estos líderes pueden pasar desapercibidos en las reuniones grandes, pero son gigantes en lo cotidiano. Son los que sostienen a las personas, a los procesos y, muchas veces, a toda la organización.

Lo que promueves define tu cultura

Toda empresa debería hacerse esta pregunta: ¿a quién está promoviendo?
¿A quien hace política o a quien hace equipo?

Porque lo que premias, se vuelve cultura.
Y si premias a quienes saben jugar el juego político, es solo cuestión de tiempo para que tus mejores talentos se cansen de jugar.

En síntesis

Liderar no es solo ocupar un puesto, es asumir una responsabilidad: con las personas, con los resultados y con la cultura que se construye día a día.

Hacer política puede abrir puertas, pero hacer equipo es lo que sostiene el largo plazo.
Las organizaciones que crecen de forma sana son aquellas que no se dejan deslumbrar por quienes saben posar, sino que reconocen y desarrollan a quienes saben liderar con integridad, compromiso y visión compartida.

Porque al final, los verdaderos líderes no se imponen desde arriba, se ganan desde abajo.

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